Cuando el conflicto se transforma: las etapas media y final en la Terapia Focalizada en la Transferencia
En toda psicoterapia profunda hay un punto de inflexión: el momento en que el paciente deja de mirar solo hacia afuera y empieza a mirar hacia adentro.
En la Terapia Focalizada en la Transferencia, ese punto marca el paso a las etapas media y final del tratamiento, donde el verdadero cambio comienza a tomar forma.
El inicio: sostener la tormenta
La TFP no busca calmar el conflicto, sino contenerlo y comprenderlo.
En la fase inicial, el trabajo es intenso: el paciente comienza a reproducir sus conflictos en la relación con el terapeuta.
Surgen tensiones, desafíos, hostilidad o dependencia, pero estos fenómenos son el material mismo de la terapia.
El objetivo es trasladar el conflicto al aquí y ahora, para poder pensarlo juntos.
A través de clarificaciones y confrontaciones, el terapeuta sostiene la relación mientras ayuda al paciente a tolerar su mundo interno sin actuarlo.
La fase media: cuando el conflicto se vuelve propio
Con el tiempo y la constancia, el paciente empieza a comprender que lo que le ocurre no está solo afuera.
Descubre que sus conflictos habitan dentro de sí, y que los patrones que repite con los demás también se despliegan con su terapeuta.
Esta es la etapa donde se da el trabajo clínico más profundo.
El terapeuta y el paciente exploran los patrones relacionales dominantes, elaborando capa por capa los conflictos nucleares.
Surgen distintos tipos de transferencia —narcisista, psicopática, paranoide o depresiva—, que no se leen como etiquetas, sino como formas de relación que expresan cómo la mente se organiza frente al vínculo.
Aquí la terapia se vuelve más reflexiva, más emocional y más humana.
Se tolera la confusión, se piensa en medio del dolor y se ensaya una nueva forma de estar en relación
La fase final: integrar para seguir viviendo
La fase final no siempre es lineal, pero sí transformadora.
El paciente logra sostener la ambivalencia: puede reconocer tanto el amor como la rabia, la dependencia y la autonomía, sin romper el vínculo.
Empieza a verse como alguien capaz de pensar y sentir, sin necesidad de destruir ni ser destruido por el otro.
Ya no se trata solo de reducir síntomas, sino de reorganizar la identidad y la experiencia de sí.
El vínculo terapéutico, que en un inicio fue escenario del conflicto, se convierte ahora en el espacio donde se experimenta la reparación.
Lo que aprendemos como terapeutas
Estas etapas de la TFP nos recuerdan que el progreso no siempre se mide por la calma, sino por la capacidad de permanecer en relación durante la tormenta.
Como terapeutas, acompañar este proceso implica sostener la incertidumbre, resistir el impulso de “arreglar” y confiar en el poder transformador del vínculo.
El aprendizaje más profundo que deja la TFP es que el cambio no ocurre cuando desaparece el conflicto, sino cuando puede pensarse sin romper la conexión.
Ahí es donde el paciente empieza a integrar su historia, y donde nosotros, como terapeutas, aprendemos una vez más que la mente humana sana en el encuentro con otro.

